1
Cien años atrás, exactamente el 14 de mayo de 1925, aparecía en el Reino Unido la primera edición de Mrs. Dalloway, cuarta novela de Virginia Woolf editada por el sello Hogarth Press, fundado en 1917 por la escritora y su esposo Leonard.
Se trata de una ficción revolucionaria que desafía las convenciones literarias de su época, escrita bajo el influjo de autores como Marcel Proust, que entonces ya había dado a conocer En busca del tiempo perdido (desde 1913). En cierta forma, también influida por el Ulises de James Joyce, (de 1922), con el que estableció una relación ambigua.
De hecho, se dice fue una de las primeras interesadas en publicar bajo su sello la afamada novela del irlandés, pero se vio impedida por la censura que imponía fuertes restricciones a la publicación de toda obra literaria que utilizara lenguaje obsceno, por lo que la primera edición fue impresa en París.

2
Trató de leer el Ulises mientras comenzaba a trabajar en La señora Dalloway, pero nunca habría podido pasar de la página 200 de un novelón de más de 730 en su edición original de Shakespeare and Company, librería y casa editora fundada por Sylvia Beach en la capital francesa. Al menos eso aseguran algunos de sus biógrafos. No fue la única: a Borges le pasó lo mismo (aunque no habría llegado al centenar de páginas).
Públicamente elogió el libro de Joyce, pero en privado Woolf no tuvo más que críticas, tanto en cartas como en su diario. El 26 de agosto de 1922 escribía en él: “Ulises me desagrada cada vez más, es decir, lo considero cada vez más insignificante; y ni siquiera me molesto en comprender su significado. Gracias a Dios, no necesito escribir sobre él”.
El 3 de septiembre de aquel mismo año, ocho días después de informar por última vez que había leído solo 200 páginas, le decía a su diario: “Debería estar leyendo el último capítulo inmortal de Ulises: pero tengo calor con Badmington en el huerto… cenamos en 35 minutos; y debo cambiarme”.

Tres días después, escribía: “Terminé Ulises”, con ulteriores y diversas opiniones sobre el significado de esa frase. Algunos investigadores sostienen que Woolf habría terminado de leer el libro, pero otros advierten de debería leerse de este modo: “Terminé con Ulises”, en el sentido de que se habría dado por vencida, que no continuaría leyéndolo más allá de la página 200, que seguir en esa tarea le resultaba insoportable cuando se encontraba en los tramos finales del primer borrador de La señora Dalloway.
3
Más allá de esas consideraciones, lo cierto es que la novela de Virginia Woolf —quizá la más conocida del conjunto de su obra— se ha convertido en un clásico moderno de la literatura inglesa, cuya lectura en cualquier idioma sigue siendo relevante por su temática y su sentido poético y al mismo tiempo perturbador.
Han pasado cien años desde su publicación y la historia ambientada en la posguerra, en Londres y durante un solo día, sigue siendo fascinante; sobre todo por la manera en que la autora nos introduce en la mente y la conciencia de Clarissa Dalloway y los personajes que conforman su mundo de la alta sociedad inglesa, que ha superado los estragos materiales que la Primera Guerra Mundial produjo en la Europa continental pero no los emocionales, que emergen como heridas sin cura.



Ella, la protagonista, prepara una fiesta, pero es solo la excusa que Woolf nos impone para hablar y escribir sobre lo que realmente le interesa y nos interesa: temas como el trauma que ha dejado el conflicto bélico, el inexorable paso del tiempo, la represión y la identidad; al tiempo que reflexiona profundamente —y nos obliga a repensar— sobre el lugar que la sociedad reserva a la mujer, qué espera de ella y qué le impone.
Algo, por cierto, sobre lo cual la escritora nacida en Londres el 25 de enero de 1882 (y fallecida en Sussex un 28 de marzo de 1941) explora en todas sus novelas y en ensayos como Una habitación propia (o Un cuarto propio, según la edición), de 1929, y parece seguir siendo de actualidad; un conflicto presente que el siglo transcurrido no ha terminado de subsanar, aunque se limaran ciertas aristas, aunque se suavizaran algunas rispideces.
4
A través de monólogos interiores y saltos temporales que rompen la linealidad de la historia, vamos conociendo a Clarissa Dalloway mientras prepara durante un día, un solo día, la fiesta que se desarrollará en su elegante casa: sus pensamientos viajan libremente entre el presente y el pasado para hacerla reflexionar sobre su juventud y sus elecciones vitales, como la que incumbe a Sally Seton, vinculada a ella románticamente.



También a Richard Dalloway, su esposo distante, y a la hija de ambos, Elizabeth, símbolo de una nueva generación que desafía a la tradición. Y a Peter Walsh, antiguo pretendiente que regresa de la India y revive sentimientos ambivalentes hacia ella; y a Septimus Warren Smith, veterano de la Primera Guerra que sufre de estrés postraumático y aunque no conoce directamente a Clarissa, tiene una historia sombría y dolorosa que sirve de contrapeso a la vida aparentemente tranquila de la protagonista… Dos caras de una misma moneda: el dolor individual versus la superficialidad social.
En definitiva, Virginia Woolf captura acabadamente en La señora Dalloway la complejidad de la experiencia literaria al explorar subjetivamente los entresijos de la identidad y la condición humana. Más allá de una época precisa, de un lugar preciso, para sentar las bases junto al propio Joyce del “realismo psicológico” en lengua inglesa —como ella misma postulaba—, después de ser fundado por Fiódor Dostoievski y simultáneamente explorado en alemán por Franz Kafka.